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lunes, 29 de noviembre de 2010

Un ensayo sobre la fenomenología Husserliana

Advierto con mesura que el siguiente texto divaga entre el fenómeno y la cordura, y se prestan atención y leen entre líneas tal vez asome con sutileza alguna funesta rima. Pero no se asuste mí querido lector, trataré de ser arduo en mi gran labor, dejemos a un lado esta bárbara epoché y centrémonos de lleno en mi querido Husserl.

Ahora bien, primero centrémonos en la vida de este filósofo alemán – ya que pienso que para entender el pensamiento de alguien debemos adecuarnos primero al contexto en que se desarrolla su existencia. Pensemos, por ejemplo, en Sartre y su pensamiento: sin la guerra devastadora que acechaba el viejo contienen posiblemente nunca hubiese podido desarrollar su existencialismo de aquella manera, o por otra parte, sin las decepciones amorosas de Nietzsche este nunca habría sido misógino: uno de los aspectos más peculiares de su filosofía –.

Lo primero que podríamos decir de Edmund Husserl es que es oriundo de la antigua ciudad medieval de Prostějov en República Checa, la antiguamente conocida como Moravia. Nacido en el seno de una familia judía, el joven Husserl decide estudiar Matemática, disciplina en la cual alcanza a obtener el grado académico de Doctor. Casi un año después comienza a asistir a clases de psicología y filosofía con el que sería su maestro, Franz Brentano.

De este periodo publica Filosofía de la Aritmética, donde resaltan de inmediato su pasado matemático, reduciendo las leyes lógicas y matemáticas a meros procesos de la psique. Es aquí donde comenzamos a entrar en la materia de nuestro trabajo.

Al reducir la matemática, la ciencia duramente ideal a un proceso psíquico, incluyendo a la lógica en este ejercicio, estamos pasando de lo ideal a lo fáctico, de lo que idealmente pasa en el mundo de la lógica a lo que realmente pasa en el mundo lógico: se subordina lo ideal a la constitución mental del hombre.

Pero ¿cómo pasa esto? Ojalá la respuesta fuera tan sencilla de formular como lo fue la respuesta en mi mente – soy dueño de lo que callo, esclavo de lo que hablo -. Si dijéramos que aquella barrera que nos hacía creer que lo ideal está por sobre lo real desapareciese, no gratuitamente, sino porque nos hemos dado cuenta de que lo ideal está atado a la experiencia de lo humano (un ser netamente subjetivo), aquel idealismo al ser pensado por un ser subjetivo se vería envuelto en los límites del lenguaje y su subjetivación: ya no habría barrera entre lo ideal y real, por lo tanto, no hay ninguna verdad absoluta y por ende no se puede asentar ninguna ciencia en esta tierra de nadie. De aquella manera el psicologismo que estaba de moda en aquel tiempo se ve impedido de ser ciencia, ya que “lo factico no puede regir lo ideal, sino que, al contrario, es lo ideal la norma del pensar fáctico”[1]

Esto es porque la psicología tiene por campo de estudio lo particular y contingente, y la lógica por otra parte por leyes formales, universales y evidentes. No hay similitud entre ellas y en consecuencia la psicología no puede ser fundamento de la lógica.

Esto es lo que constituye su crítica al psicologismo. Pero ¿por qué nos hemos referido de su crítica al psicologismo? La respuesta puede parecer simple, incluso precipitada, un poco inmadura y tal vez no muy bien pensada, pero a decir verdad pienso que es porque ya en aquel texto se atisba un interés de elaborar un fundamento válido, lógico, un “fundamento del quehacer intelectual”[2]. Para ello nuestro autor viajará, según lo manifiesta Cruz Prados, a través una constante búsqueda para construir la filosofía como una ciencia estricta. El resultado de ello es su Fenomenología, primordialmente mostrándose a sí misma como un método.

Gritemos juntos “¡acerquémonos a las cosas, acerquémonos para que ellas nos hablen solas, que se muestren a si misma!” así podemos tener una doble realidad del objeto, una dualidad: un “eidos” y una “apoché”. El primero es lo que está en nuestra conciencia como un ser puro, como una esencia. Lo segundo es lo que llama nuestro Husserl como un entre paréntesis, lo que no pertenece al modo nato de ser del objeto en cuanto ser-dado en la conciencia: apoché (aunque sea tautológico).

Pero entonces cómo podemos llegar de la apoché al eidos. El autor nos explica que para ello tenemos que seguir una sucesión de pasos. Lo primero es suspender toda filosofía anterior, deshacernos del conocimiento heredado que tenemos del objeto, de toda la carga cultural que puede acarrear e incluso de la tradición de éste como elemento social. Lo segundo es eliminar todo carácter individual del objeto, de todo lo contingente que en él puede haber. Por último habremos de prescindir también de la existencia misma de éste. Sólo quedaría la idea en la conciencia, por así decirlo una imagen mental, la esencia: el ideal.

Pero aun así nos queda, amigos, la carga del sujeto; para eliminarla deberíamos pues poner entre paréntesis nuestra existencia misma, eliminando nuestras afecciones y todo fin práctico, convirtiéndonos en entes meramente contemplativos. De esta forma podríamos apreciar la esencia de las cosas, ya que para Husserl la existencia es casi un accidente de la esencia: una posición en el mundo.

Avancemos un poco más lento para explicar este último punto, aunque redundante sea, aquello de poner entre paréntesis. Esto último quiere decir que al eliminar la existencia del fenómeno nos queda el “ideal de…”, o sea el observante va a la cosa misma. Pongámonos en el siguiente caso. Estamos ante una silla de madera, con la pintura un poco desgastada, quizás un poco más chica para nosotros. El barniz protector en algunas partes esta casi inpercibible. Ahora, comencemos a comparar nuestra pequeña silla otras de metal, plásticos, fibra de carbono, de camping, etcétera. En fin, teniendo el conjunto de sillas comenzaremos eliminar la particularidad de este conjunto y buscaremos la universalidad… trataremos de buscar la idea de silla, la que englobe nuestro universo. Es en este momento cuando suspendemos el juicio y separamos la epoché de la eidos, teniendo como resultado una idea de silla muy alejada a nuestra pequeña e indefensa protagonista. En nuestra mente comenzará a surgir la esencia misma, un pensamiento, y olvidaremos los demás accidentes que cualificaban la individualidad: aparece la esencia pura. Y quién es el responsable: nuestra conciencia.

Sí señor, sí señora, y acá tiene que ver mucho el ejercicio que hice al principio de este pseudo-ensayo con respecto al autor. Hablar del pensamiento del autor es indisoluble de hablar del fenómeno que acompaña al autor. Sus ideas no surgen de la nada ni son ordenadas por un demiurgo, ambas tienen neta relación entre sí. Del mismo mono, hablar de un fenómeno es indisoluble de hablar de la conciencia y a la inversa, ya que la conciencia es la que va hacia la intención, busca y sobrepasa el objeto en cuestión, porque el fenómeno se manifiesta inmediatamente en la conciencia

Entonces ¿cómo hablar de fenómeno sin conciencia? Aquí es donde entraría en contradicción conmigo y mi trabajo, ya que mi pensamiento diverge de Husserl en su idealismo. Tomemos el ejercicio que hice al comienzo de éste trabajo y destruyámoslo, sí, despedacémoslo, ya que para trabajar con Husserl debemos sacar la epoché que lo rodea y utilizar su pensamiento puro. Transformarlo en un ideal. Por ejemplo: si la palabra como elemento lingüístico se manifiesta en realidad como un sonido articulado correspondiese a Husserl y su vida, pero como referencia lo que en realidad importa de la palabra es en realidad su significado, lo mismo sucede con el pensamiento. Hay que alienarlo de la realidad.

Pero no nos alejemos del tema, mis estimados. Hablar de fenómeno sin conciencia es imposible. Husserl concluye que no es posible alcanzar los objetos aunque estemos sometidos a los límites de la conciencia, ya que toda vivencia que tengamos implica un objeto cognoscible – pero aclara que sólo mientras nos abstengamos de todo juicio metafísico –, por lo que si estudiamos a la conciencia misma (en tanto conciencia) también estaremos estudiando sus objetos.

Entonces nos surge un pequeño problema ¿cómo hablar de esencia sin metafísica? Esto es porque su concepto de esencia no es de carácter metafísico, sino que por su tradición matemática, su concepto es de carácter lógico-matemático. Husserl no considera lo que él llama ideación o intuición ideática como un concepto universal obtenido por abstracción a partir de datos de lo sensible, va más allá.

“Encierra los elementos constitutivos e imprescindibles de su mostrarse a la conciencia, de su significado o contenido, no de su consistencia ontológica”[3]

Por lo tanto, mis queridos compañeros, en éste caso la esencia toma otro papel, un rol diferente al de la escuela eleática, pasa a ser una unidad ideal de sentido, una estructura primaria de significación, que tiene valor por sí misma. Con esto podríamos concluir que no es una confección acabada resultada del objeto, sino más bien que ella misma es fenómeno. Y aquí tendríamos otro bello concepto, ya que Husserl nos dice que este fenómeno lo podemos intuir.

Pero qué intuimos. En palabras de Alfredo Cruz Prado, la intuición de una ideación “es la visión directa de la esencia o “eidos”, que se alcanza por la simple presencia de ella en la conciencia”, lo que Husserl considera que es la fuente de todo conocimiento.

Para ir concluyendo, cerraremos éste ensayo tomando la conciencia como punto de cierre de la filosofía de Husserl, ya que la conciencia, según el autor, es el ser absoluto, la última realidad necesaria o por esencia. Por el contrario, la existencia del objeto es sólo existencia en tanto existencia para la conciencia, por lo tanto mi querido lector, si la forma de ser de algún ser no es para la conciencia significa que es el modo de ser objeto o ser-para-la-conciencia. De esta forma, el modo en que la conciencia en el mundo es que determina al modo de ser del objeto.

¡La conciencia es la realidad fundamental de toda realidad!

Al fin y al cabo, en la fenomenología todo ser es determinado por su modo de darse a la conciencia, el estudio de la objetividad se reduce al estudio de los modos de darse que caben en la conciencia, es decir amigos y amigas, a una fenomenología de la conciencia.


[1] Cruz Prados, Alfredo. Historia de la filosofía contemporánea, Ediciones Universidad de Navarra. Pág. 145

[2] Ídem. Pág. 141

[3] Ídem. Pág. 147

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